domingo, 29 de enero de 2017

Queda aire para respirar

Se puso el partido para Rafa, con break nada más empezar el quinto set. Pero mientras todo su box celebraba esa rotura, Carlos Moyà se rascaba la nariz. Aún quedaba mucho. Y lo que se vino encima de Nadal fue un huracán. Federer lo pasó por encima desde cada esquina de la pista. Rafa resistió lo que pudo. Tiró golpes valientes. Salvó cinco o seis bolas de break en contra en ese set.

Cuando llegó la bola de partido para Federer el suizo sacó con el alma a la T. Su cuerpo fue detrás de la bola. Pero se falló. Luego dos ojos de halcón. Salvó Rafa. En la segunda de partido Rafa volvió a pedir ojo de halcón... pero había entrado. Lo sabía. Federer saltó casi con lágrimas en los ojos, con el gesto nervioso de un hombre adulto. Puso una rodilla sobre la Rod Laver. Ahí se le escapó un lágrima. Había ganado su decimoctavo Grand Slam con 35 años ante Rafa Nadal.

Los dos renacidos para llegar a esta final. Dos dinosaurios ya. Ganó el mayor y la victoria deja aún aire para respirar. En Madrid sigue lloviendo y queda la tarde por delante. En Melbourne la noche de verano ya está bien entrada. Federer alza el trofeo. "Hubiera estado feliz incluso si hubiese perdido", dice.



viernes, 27 de enero de 2017

Los dinosaurios duermen

La empuñadura de Dimitrov estaba mordida, como si algún animal le hubiese pagado un bocado y hubiera arrancado parte del material. Se dió cuenta el cámara que daba los planos cortos de las sillas y el realizador soltó esa imagen al final de cuarto set, con el marcador 5-4. Esa cinta de color azul añejo, de jugador de club, del color de moda cuando comenzó a ponerse un sobre grip a la empuñadura de cuero... antes de que llegase el color blanco y mucho antes de que llegasen los flúor al tenis. Ese color azul revenido y viejo era lo que empuñaba Dimitrov, baby Federer, dispuesto a matar a Nadal con todo su repertorio de golpes, con los misiles del revés a una mano que son una bofetada con las uñas en la cara. Y con los saques desde el techo. Le pega ese color a Dimitrov, el búlgaro. 25 años, la barba sin afeitar y el cuerpo como una roca. Le puso en un aprieto serio a Nadal, que en el quinto set debió decidir si iba a por el partido vía método antiguo, el guión pre-Moyá, dos pasos detrás de la línea... o si continuaba con el patrón que le había colocado en semis: fiereza, agresividad, y golpes ganadores. Hizo lo que pudo, realmente, una mezcla agónica, pero le valió.
Al quitarse la camiseta, 4 horas 56 minutos después de empezar el partido, tenía la marca de la piel morena en los brazos y el torso blanco, de tantos entrenamientos en Australia con la camiseta sin mangas, aquella con la que conquistó tantos Grand Slam hasta llegar a ser el número 1.
Cuando fue al micrófono como finalista del Abierto de Australia 2017, dijo: intentaré descansar. Sabe que el otro dinosaurio había visto el partido con la panza recostada en la cama tratando de explicar a las niñas que debes esperar un par de días más antes de ir a esquiar de nuevo a Suiza.