El apodo de Bielsa invita a usar la palabra locura para todo lo que sucede en la puesta en escena de este equipo: corren como locos, se mueven como si una locura interna les impidiese quedarse quietos; en el manejo del balón ocurre que en muchos pases errados la bola vuelve a sus pies en el propio rechace y ellos la vuelven a tocar de primera; de locos.
En no sé qué minuto de la segunda parte, Iraola, el lateral derecho, llega en carrera a la frontal del área buscando un balón puesto ahí para el remate. Como no le da tiempo al golpeo, recorta y deja tirado al defensa, avanza hacia el punto de penalty y con otro recorte lentísimo, marcado, se quita a otro inglés de enmedio. Repite la maniobra con uno más. Da la impresión de que lo hace porque ya sabe que la va a poner tocadita, fácil, en la red. Sin embargo, el disparo le sale desviado. Habría sido un gol anológico, como de Messi o Maradona. Iraola.
El equipo, el juego, es una obra de arte de Bielsa, ese señor que siempre está dentro de un chandal gris. Lo lleva en los partidos y lo lleva en los aeropuertos. Hoy mismo llevaría a la boda de su hija ese chandal. Ahí dentro se debe de cocer esta manera tan absolutamente bestial de jugar al fútbol. Da la impresión de que todo está atado para que el futbolista decida qué coño se va a inventar en cada jugada de ataque. Y lo que queda es una estampa preciosa en la victoria, como Llorente con los brazos abiertos, celebrando un remate a un balón que venía volando 50metros y lo puso en el segundo palo.
Hace unos meses El Pais recopiló este ideario. Recuerdo: "Cuando no sale nada de lo que has planeado miras al diferente y le dices: inventa algo!"
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Foto: Jordi Alemany/El Correo |
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